domingo, 27 de marzo de 2011

Reportajede juanpabloii

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viernes, 25 de marzo de 2011

Agustín de Hipona-Cartago, el buscador de la verdad

(Capítulo de "Santos. Tesoros de la Iglesia", M. J. Montfort (coord.), Eiunsa 2011. He dejado entre corchetes alguna frase que han quitado en el libro, sustituyéndola por texto que he dejado al lado.
1. San Agustín y yo: me llamo Llucià Pou Sabaté, soy sacerdote y vivo en Granada, la ciudad de la luz. Agustín de Hipona vivió hace 1600 años y buscó la luz, me gustaron mucho sus Confesiones que leí en mis años de estudiante quitando tiempo al sueño, por las noches. Sobre todo el viaje interior de conocerse a sí mismo a través de la memoria. Me parece que su vida es muy actual pues le pasa lo mismo a mucha gente de nuestro alrededor, a nosotros mismos… vamos a ver qué le pasó a él, este santo del que Pablo VI dijo: «Se puede decir que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y de esa se derivan corrientes de pensamiento que penetran toda la tradición doctrinal de los siglos sucesivos». Éste que es quizá el más grande hombre de la Iglesia después de los Apóstoles (Pío XII). Éste que es tan actual, y al que nos encomendamos a su devoción para que nos ilumine a nosotros y a nuestros pueblos, como patrón común de la Europa.

2. a) Su historia comenzó en Tagaste (en la África romana) en el 354, hijo de Patricio, un pagano que llegó a ser catecúmeno, y de Mónica, santa. Recibió una buena educación, sobre todo por influencia de su madre, pero no siempre fue ejemplar ("engañaba con infinidad de mentiras a mis padres y profesores", recuerda); no le gustaba que sus padres le obligaran a ciertas cosas, porque aunque te obliguen a portarte bien, a partir de cierta edad ya no está bien, mejor está la libertad, aunque lo hicieran por hacer el bien, pero ya no es bueno.
De hecho, él quería probar la libertad y el desmadre: "yo ardía en deseos de hartarme de las más bajas cosas y llegué a envilecerme hasta con los más diversos y turbios amores; me ensucié y me embrutecí por satisfacer mis deseos. Me sentía inquieto y nervioso, sólo ansiaba satisfacerme a mí mismo... ¡ojajá hubiera habido alguien que me ayudara a salir de mi miseria!" San Agustín probó los más bajos y turbios amores. Es la influencia de las amistades peligrosas, el afán de juergas… el placer de actuar al margen de lo establecido. Lo hacía precisamente porque estaba prohibido. Lo hacía con la pandilla de amigos; de ir solo, dice que no lo hubiera hecho. Este es un problema también de hoy: muchos hacen las cosas porque necesitan sentirse en un grupo, y por eso dejan de hacer lo que harían por hacer lo que quieren que hagan los demás. Y así no era feliz: "Sabía que Dios podía curar mi alma, lo sabía; pero ni quería, ni podía; tanto más cuanto que la idea que yo tenía de Dios no era algo real y firme, sino un fantasma, un error. Y si me esforzaba por rezar, inmediatamente resbalaba como quien pisa en falso, y caía de nuevo sobre mí. Yo era para mí mismo como una habitación inhabitable, en donde ni podía estar ni podía salir. ¿Dónde podría huir mi corazón que huyese de mi corazón? ¿Cómo huir de mí mismo?".      
Agustín leyó el «Hortensius», obra de Cicerón que después se perdería y que despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá: «Aquel libro cambió mis sentimientos» hasta el punto de que «de repente todas mis vanas esperanzas se envilecieron ante mis ojos y empecé a encenderme en un increíble ardor del corazón por una sabiduría inmortal». Se lanzó a buscar la verdad en Jesús y comenzó a leer la Escritura. Quedó decepcionado, porque la traducción al latín de entonces aún era deficiente, y también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio (por ejemplo todo lo que relata sobre guerras no lo entendía). Todo esto lo explica Benedicto XVI en sus 5 Audiencias dedicadas a este santo: “Cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo está dividido en dos principios: el bien y el mal. Y así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. La moral dualista también le atraía a san Agustín, pues comportaba una moral muy elevada para los elegidos: y para quien, como él, adhería a la misma era posible una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente si era joven”. [Es también un peligro de hoy, buscar seguridades en un grupo, dividir a la gente entre los buenos (los que piensan como yo y mi grupo) y los malos (los otros)]. También así se le abrían las puertas al éxito, y tuvo una pareja de hecho, y de esta mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, sumamente inteligente, que después estaría presente en su preparación al bautismo en el lago de Como, participando en esos «Diálogos» que san Agustín nos ha dejado. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.
Uno de sus mejores amigos enfermó, y, después de acercarse a la fe, murió. Aquella muerte imprevista le impactó muchísimo: “Todo me entristecía. La ciudad me parecía inaguantable. No podía parar en casa: todo me resultaba insufrible. Todo me recordaba a él. Era un continuo tormento. Le buscaba por todas partes y no estaba. Llegué a odiarlo todo...”. Las palabras de Agustín dedicadas a la amistad nos recuerdan las del rey David, son preciosas: valoraba mucho a los amigos…     
Se planteó el sentido de su vida. No lograba quitarse de la cabeza la imagen de su amigo muerto en plena juventud. Le asombraba “que la gente siguiera viviendo, como si nunca tuviera que morir, y que yo mismo siguiera viviendo... Sabía que Dios podía curar la herida de mi alma; lo sabía; pero no quería acercarme a Dios... ”.  
 “Poco a poco fui descendiendo hasta la oscuridad más completa, lleno de fatiga y devorado por el ansia de verdad. Y todo por buscarla, no con la inteligencia, que es lo que nos distingue de los animales, sino con los sentidos de la carne. Y la verdad estaba en mí, más íntima a mí que lo más interior de mí mismo, más elevada que lo más elevado de mí”.       
Se comparó con un mendigo: él se ha conseguido el vino honradamente pidiendo limosna, y yo... he alcanzado mi status a base de traicionarme a mí mismo. Si el mendigo estaba bebido, “su borrachera se le pasaría aquella misma noche, pero yo dormiría con la mía, y me despertaría con ella, y me volvería a acostar y a levantar con ella día tras día”.     
Conoció en Milán al obispo Ambrosio. Poco a poco fue entendiendo el contenido de las Escrituras, lo que antes le bloqueaba… empieza el asombro aunque en perpetua duda: “Caminaba a oscuras, me caía buscando la verdad fuera de mí, como por un acantilado al fondo del mar. Desconfiaba de encontrar la verdad, estaba desesperado”.        
 "No recé para que Dios me ayudara; mi mente estaba demasiado ocupada e inquieta por investigar y discutir".
 Sus padres se habían trasladado a vivir con él y le insistían en que se casara. Agustín está agitado interiormente. Así cuenta su mundo interior: “Me iba volviendo cada vez más miserable, pero a pesar de eso, Dios se acercaba más y más a mí, y quería sacarme de todo el cieno en el que yo me había metido, y lavarme..., pero yo no lo sabía”.            
En su vida moral siguió haciendo lo que le daba la gana. Deseaba salir de aquella situación, pero, a la vez, se sentía incapaz. “Si uno se deja llevar por esas pasiones, al principio se convierten en una costumbre, y luego en una esclavitud...”. No se sentía capaz de cortar con determinadas costumbres, con aquella pasión, que parecía decirle: -“Ahora voy... Enseguida... Espera un poco más...”. Ese “ahora” nunca acababa de llegar. Y el “un poco” más se iba alargando y alargando...
-“¿Cuándo acabaré de decidirme? No te acuerdes, Señor de mis maldades. ¿Dime, Señor, hasta cuándo voy a seguir así? ¡Hasta cuándo! ¿Hasta cuándo: ¡mañana, mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo fin a todas mis miserias?”.     
Mientras decía esto, estando en el jardín, oyó que un niño gritaba desde una casa vecina: -“¡Toma y lee! ¡Toma y lee!”. Dios se servía de ese chico para decirle algo. Corrió hacia el libro, y lo abrió al azar por la primera página que encontró: “-No andéis más en comilonas y borracheras; ni haciendo cosas impúdicas; dejad ya las contiendas y peleas, y revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no os ocupéis de la carne y de sus deseos”. Cerró el libro. Era la respuesta: “como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó toda la oscuridad de mis dudas”.
“Después entramos a ver a mi madre, se lo dijimos todo y se llenó de alegría. Le contamos cómo había sucedido, y saltaba de alegría y cantaba y bendecía a Dios, que le había concedido, en lo que se refiere a mí, lo que constantemente le pedía desde hacía tantos años, en sus oraciones y con sus lágrimas”.     
A los pocos meses, en la Vigilia Pascual, recibió el bautismo con su hijo y su amigo. Lo explica Javier Cremades en un folleto (“Corazón inquieto”).
Una vez convertido y bautizado en el día de Pascua, y vuelto al África (su madre murió antes de embarcar, en Ostia, con gran pena para él) quería estar sólo al servicio de la verdad, pero comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecer el don de la verdad a los demás. En Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia) cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo. Y allí estuvo hasta el 430, que murió.
b) Su pensamiento, es el más rico de Occidente
  Juan Pablo II le dedicó una Carta Apostólica en 1986 en el XVI centenario de su conversión, y destacaba su vida de unión con Dios y su amor a los demás, fruto de su humanismo profundamente arraigado en el trato con Dios: “Ora como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”, decía. Trató aspectos de gran altura en el mundo intelectual y de la cultura, como la relación entre fe y razón, evitando caer en el fideísmo que no piensa y en el racionalismo que no cree. Fe y razón es el tema determinante de la biografía de San Agustín. Porque esto nos pasa en nuestro mundo, que hay quien se esfuerza con la fe sin la razón y se cansa, por ejemplo en el campo de la moral no consigue superar con la voluntad ciertas luchas, y le pasa como al zorro de la fábula con las uvas, después de mucho saltar: “¡bah, están verdes!”, y abandona la lucha con cierto resentimiento. Así algunos acaban diciendo que los mandamientos son demasiado difíciles, o ellos son malos y no pueden cumplirlos. El camino contrario, el racionalismo, nos dice que la razón puede inventarse cualquier cuento, si la apartamos de la fe [(tomo el ejemplo de Tomás Trigo)]. Si un ladrón estudia el 7º mandamiento, puede tomar dos posturas: convertirse o decir “tengo una teoría: ese mandamiento no sirve, está superado”. Quizá no pasa precisamente con el de “no robarás”, porque hoy se justifica todo menos dejar de pagar a Hacienda, pero pasará con otros… es decir, que la razón se puede inventar cualquier cosa que le diga la voluntad. Y entonces, justifica eso con una teoría, pero necesita que muchos le digan que está bien. Por eso nace un deseo de legalizar aquello (matrimonios homosexuales, por ejemplo), y un resentimiento contra la Iglesia si se opone… [porque se piensa que cuando nadie nos reprocha aquello la conciencia nos dejará tranquilos, pero la conciencia es una voz que responde a una luz que nos ha puesto Dios.] 
 Llegó a comprender que razón y fe son dos fuerzas destinadas a colaborar para conducir al hombre al conocimiento de la verdad, y que cada cual tiene un primado propio: la fe, eterno; la razón, temporal -"por su importancia viene primero la razón, por orden de tiempo la autoridad (de la fe)"-. Comprendió que la fe, para estar segura, requiere una autoridad divina, que esta autoridad no es más que la de Cristo, sumo Maestro -de esto Agustín no había dudado nunca- y que la autoridad de Cristo se encuentra en la Iglesia -Cuerpo místico de Cristo-, que transmite, custodia e interpreta la Escritura como parte del depósito revelado. [Las dos alas son necesarias para volar: fe y pensar. La fe se apoya en la revelación, que está en la Iglesia por la que tenemos también las Escrituras, la Palabra de Dios siempre viva.
La fe no puede ir en contra de la razón. No hay una verdad religiosa y una científica.] Es lógico, que haya una sola verdad. Dice Tomás Melendo que tanto razón como fe usan una potencia espiritual para pensar, la inteligencia. No piensa la fe con otra cosa. Es un complemento, un modo más alto de pensar, como las gafas dan más capacidad a una vista que no alcanza por el defecto de visión. Pero si algo parece incompatible, entre fe y razón, por ejemplo la creación y los siete días, es que no miramos bien. “Dios no quiere hacernos científicos, nos dice Agustín, sino enseñarnos las verdades de la creación”, luego deja a nuestra ciencia los modos de penetrar esos misterios… el error será si un lenguaje mítico lo tomamos como algo literal. Él mismo sufrió mucho con el bautismo de los niños, el destino que tendrían… habría que llegar al Vaticano II para que se definiera lo que dice el Evangelio, que Dios quiere que todos se salven[, aunque no sabemos cómo se lo hace, para invitarlos a ese bautismo de deseo…]. Esta salvación tiene un carácter de doctrina probable pero no cierta (CEC 1261).
Agustín escuchó a la fe, pero no exaltó menos a la razón: “cree para que entiendas, y entiende para que creas”, la razón es importante porque es quien demuestra "a quién hay que creer". Por lo tanto, "también la fe tiene sus ojos propios, con los cuales ve de alguna manera que es verdadero lo que todavía no ve". Y "la fe que no sea pensada no es fe", sigue diciéndonos.
Un paso importante de su camino intelectual fue ver que no hay dos principios, el bien y el mal, sino un solo principio, el bien, y que el mal es ausencia de bien. Así salió del maniqueísmo, en el que estamos aún metidos: pensar que lo corporal es malo, con lo que tiene de placer, etc., y solo lo espiritual es bueno es mentira[, pues Dios ha hecho el mundo bueno y hay que disfrutarlo, ¡vivir la vida!]
También toca el tema de la credibilidad, el por qué creer: "Son muchas las razones que me mantienen en el seno de la Iglesia católica. Aparte la sabiduría de sus enseñanzas...me mantiene el consentimiento de los pueblos y de las gentes; me mantiene la autoridad fundada sobre los milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, consolidada por la antigüedad; me mantiene la sucesión de los obispos, de la sede misma del Apóstol Pedro, a quien el Señor después de la resurrección mandó a apacentar sus ovejas, hasta el episcopado actual; me mantiene, finalmente, el nombre mismo de católica, que no sin razón ha obtenido esta Iglesia solamente".
En La Ciudad de Diossu obra principal- se plantea el debate “fe y cultura”, y ve cómo recuperar la cultura romana, en su última etapa: "La ciudad celestial... convoca a ciudadanos de todas las naciones... sin preocuparse de las diferencias de costumbres, leyes o instituciones..., no suprime ni destruye cosa alguna de éstas; al contrario, las acepta y conserva todo lo que, aunque diverso en las diferentes naciones, tiende a un mismo fin: la paz terrena, pero con la condición de que no impidan la religión que enseña a adorar a un sólo Dios, sumo y verdadero". Este encuentro del cristianismo con las culturas de los pueblos es algo medular en la cultura odierna. [Como el que despluma una gallina, Agustín va riéndose de los dioses paganos y muestra la riqueza de la religión auténtica, sin mitos ni supersticiones.]
Dios es el centro del hombre, para S. Agustín: "¿Qué eres tú para mí, Señor?", "y ¿qué soy yo para ti?" Dice Juan Pablo II: “Partiendo de la autoconciencia de hombre que es, de conocer y amar, y animado por la Escritura, que nos revela a Dios como el Ser supremo (Es., 3, 14); la Sabiduría suprema (Sab. passim) y el primer Amor (1 Jn 4, 8), esclarece esta triple noción de Dios: Ser de quien procede, por creación de la nada, todo ser; Verdad que ilumina la mente humana para que pueda conocer la verdad con certidumbre; Amor del cual procede y hacia el cual se dirige todo verdadero amor. Dios, en efecto, como él repite tantas veces, es "la causa del subsistir, la razón del pensar y la norma del vivir", o, por citar otra célebre fórmula suya, "la causa del universo creado, la luz de la verdad que percibimos, y la fuente de la felicidad que gustamos". Esto es súper-interesante, porque no nos conocemos con introspección, sino con el espejo de la verdad que es Jesús. Es más, a imagen de Dios somos, de la Trinidad, y es la memoria del Padre, nuestra autoconciencia, precisamente la que nos supone la identidad, pues en verdad sabernos amados por el Padre nos hace seguros de saber quiénes somos… la inteligencia nos muestra el Verbo y el amor el Espíritu, que son las tres cualidades o potencias espirituales de la persona. Esto tiene grandes implicaciones, que cuando se abandonaron por desgracia en la filosofía se redujo, se empobreció todo con el binomio inteligencia-voluntad abandonando la memoria y perdiendo nuestra identidad… nuestra autoconciencia [(habló otra vez de ella Heidegger)]. O sea que la memoria, aunque no tenga un acto externo como tienen las otras dos potencias, sino que es el recuerdo un acto de aporte a ellas, digamos interno, es muy valioso y no hay que dejarla de lado…
Pues esa presencia profunda y misteriosa de Dios en el hombre es lo más profundo de ese modo de estar Dios como "substancia creadora del mundo", como verdad iluminadora, como amor que atrae, más íntimo que lo más íntimo que hay en el hombre y más alto que lo más alto que hay en él. Refiriéndose al período anterior a la conversión, Agustín dice a Dios: "¿Dónde estabas entonces y cuán lejos de mi? Yo vagaba lejos de Ti... y tú, por el contrario, estabas más dentro de mí que la parte más profunda de mí mismo y más alto que la parte más alta de mí mismo"; "Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo". Y una vez más: "Estabas delante de mí, pero yo me había alejado de mí mismo y no sabía encontrarme. Con mayor razón no sabía encontrarte a Ti". Quien no se encuentra a sí mismo, no encuentra a Dios, porque Dios está en lo profundo de cada uno de nosotros. Al hombre, por lo tanto, no se le entiende si no es en relación a Dios: "Nos hiciste para Ti y nuestro corazón no descansará hasta reposar en Ti". [¡Cuántas tonterías se dicen sobre la introspección, cuando sólo nos conocemos en ese mirar adentro a Dios y a los demás! Es cuestión de darnos y volver sobre nosotros y conocernos más.]
Esto no es ingenuidad, pues siendo el hombre el gran misterio de grandeza es también el gran abismo, enigma y abismo. Y “quien está lejos de Dios está lejos de sí mismo, alienado de sí mismo, y sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su yo verdadero, a su verdadera identidad” (Benedicto XVI).
Esta fue su propuesta "psicológica", de la Trinidad buscando su imagen en la memoria, en la inteligencia y en el amor del hombre, estudiando con ello al mismo tiempo el más augusto misterio de la fe y la más alta naturaleza del creado, cual es el espíritu humano.
Otra verdad fundamental es la del Espíritu Santo, alma del Cuerpo místico —"lo que es el alma para el cuerpo, eso mismo es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia" —, del Espíritu Santo principio de la comunión que une a los fieles entre sí y con la Trinidad. Mirando a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y vivificada por el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, Agustín desarrolló en diversas maneras una noción acerca de la cual el reciente Concilio ha tratado con particular interés: la Iglesia comunión. Y también a nivel persona de cada uno: “nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si él es la cabeza, nosotros somos sus miembros; el hombre total es él y nosotros”.
 En moral y espiritualidad, habla de un instinto del Espíritu Santo, que es ese dejarse llevar por él. Así por ejemplo, ve a María Magdalena en el sepulcro… «Estando llorando, se inclinó y miró al sepulcro. No sé qué la movió a hacer esto. Porque ya sabía que a quien ella buscaba no estaba allí, puesto que ella dijo a sus discípulos que lo habían llevado, y ellos, viniendo al sepulcro, y no sólo viendo, sino también entrando, no habían hallado el cuerpo del Señor, que buscaban. ¿Qué significa, pues, que ésta, llorando, vuelve a inclinarse para mirar otra vez al sepulcro? ¿Acaso la violencia de su dolor no le permitía dar crédito a sus ojos ni a los de ellos? ¿O es que miró de nuevo, arrastrada por una inspiración divina?»  Lo mismo dice cuando la Magdalena (según la tradición latina) unge el cuerpo de Jesús para la sepultura, sin saber ese sentido profético: por un instinto. Este "instinto" será muy desarrollado luego en la teología de S. Tomás. Nos "guía" y es «constitutivo» -en cierta forma- de la filiación divina: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14): este "ser movidos" por el Espíritu lo emplea pocas veces, en comparación con Santo Tomás: en 38 ocasiones (instinctu aparece 35 veces, 29 de las cuales en los libros escritos siendo obispo; 1 en las Epístolas y 1 en el tratado de San Juan; las restantes en otros tratados; instinctus será usada 3 veces: 1 pertenece a un libro de antes de la ordenación sacerdotal, 2 a libros escritos siendo ya obispo).
Comentando Rm 8,14 citado poco más arriba, dirá de ese “dejarse llevar”: “Pero esto no significa pasividad, sino lucha en mejorar el amor. La lucha contra la concupiscencia, don del Espíritu Santo”: porque los que son accionados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios, y «pelean, porque tienen en él un refuerzo soberano. Dios, en efecto, no está de mirón cuando luchamos, como lo está el pueblo ante los gladiadores»: «Y del espíritu ese del hombre se ha dicho: Nadie conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él. Veo, pues, tener el hombre, por necesidad de su propia esencia, un espíritu, y te oigo decir: Si con el espíritu hacéis morir las mañas de la carne, viviréis. Ahora pregunto: ¿Con qué espíritu: con el mío o con el de Dios?”
[¿Cómo resumir todo esto, sin que haya “pasotismo” ni “esclavos de la ley”?:] “Ama y haz lo que quieras”, será su lema: El hombre nuevo es movido por el resorte del amor de Dios, mientras el antiguo lo era por el temor servil o el interés. San Agustín esculpe bellamente la diferencia entre ambas alianzas y los dos tipos de hombres: «Recibió la ley del decálogo el pueblo judío, pero no la observó. Y los obedientes obraban por temor y no por amor a la justicia. Llevaban el salterio, pero no cantaban. (El salterio de las diez cuerdas significa los diez mandamientos). Por eso el hombre antiguo o no practica lo que la ley mandó o lo hace movido por el temor del castigo, no por amor a la santidad, no por el gusto de la pureza, de la templanza, caridad, sino por miedo. Porque era hombre viejo, y éste puede cantar el cántico antiguo, pero no el nuevo. Si desea cantar el cántico nuevo, renuévese, siguiendo el consejo del Apóstol: Despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo. Quiere decir: mudad las costumbres: amabais antes el siglo, ahora consagrad vuestro amor a Dios. Ibais en pos de las bagatelas de la iniquidad y de los gustos temporales, amad ahora al prójimo. Si obráis por amor, cantáis el cántico nuevo; si por temor, lleváis el salterio, pero mudos; si no cumplís, arrojáis el salterio. Mejor es llevarlo que arrojarlo, y aun mejor cantarlo con gusto que llevarlo como carga”. Aquí se concentra su explicación de las dos alianzas, la diferencia entre el hombre antiguo y los hijos de Dios. «Antes de venir Cristo, el hombre era como una pared agrietada y curva, y el demonio la estaba empujando para derribarla en el suelo. Vino Cristo, y, arrimándose a ella, se hizo su sostén y columna». Esta amenaza y ruina significa la pérdida de ciertos valores, como la libertad espiritual, el ejercicio sano de la razón, el señorío sobre las pasiones, la profunda intimidad de la vida. "En tanto vale el hombre algo en cuanto vive unido al que lo creó, porque separándose de Él no es nada".
Esto genera un temor filial o casto (no servil) y está bien explicado con el ejemplo de la esposa adúltera y la esposa fiel; aquélla teme al marido porque ama el pecado, y la presencia del marido da fastidio y viviendo en el pecado teme que el marido la sorprenda: así temen algunos el día del juicio; la fiel, reservando al marido lo mejor de sí misma, desea su presencia y teme también, como la primera, pero de distinta forma, pues la primera teme la llegada del marido, y la fiel, su partida. Por ese temor reverenciamos a Dios y huimos de apartarnos de Él (cf Rm 2,20).
Inhabitación trinitaria y conformación con Cristo: «El cristiano es Cristo sin dejar por eso de ser él mismo», y al decir Padre nuestro somos hijos del Padre y hermanos de Cristo, por esto nada hemos de temer.  Somos hechos hijos en el Hijo, adoptados por el Único. Todos los santos no obtienen el mismo grado de inhabitación o de conocimiento, «porque unos son más receptivos que otros», dice a su amigo Dardano el año 417, y por eso unos son más santos que otros «porque Dios habita más intensamente en ellos». 
Comentando el Evangelio de los ciegos, dice: “Tenemos cerrados los ojos del corazón y pasa Jesús para que clamemos. ¿Qué significa: pasa Jesús? Atended y ved cuántas cosas hizo que pasaron. Nació de María Virgen; mas ¿está naciendo constantemente? Fue amamantado cuando niño; mas ¿no cesa de mamar? Fue pasando de una edad a otra hasta la juventud; mas ¿aun continúa creciendo corporalmente? A la infancia sucedió la puericia, a la puericia la adolescencia y a ésta la juventud, la cual pasó también. Aun los mismos milagros que hizo pasaron. Son leídos ahora y se los cree. Pasaban cuando se hacían y se consignaron por escrito para que pudieran leerse. En fin, y para no detenernos en demasía, fue crucificado; mas ¿está siempre pendiente de la cruz? Fue sepultado resucitó y subió a los cielos; ya no muere, y la muerte no tendrá más imperio sobre él, y su divinidad durará eternamente, y no le abandonará nunca la inmortalidad de su cuerpo. Sin embargo, todas las cosas que hizo en el tiempo pasaron; fueron escritas para ser leídas, y se las predica para ser creídas. Jesús, pues, pasa en todo eso». [San Josemaría Escrivá tituló su libro de homilías así: “Es Cristo que pasa”]. En los últimos tiempos se ha profundizado en la dignidad de la persona como imagen de Dios; en este sentido también se ha profundizado en la conciencia de esta verdad. Sin conocer mi filiación divina estoy perdiendo la más profunda de mi dignidad Esta ciencia puede ser más o menos perfecta pero está intuida en el hombre de algún modo (Scheeben cita a S. Agustín comentando los paganos que con sentido equivocado se sienten dioses o hijos de dioses, y cómo este sentimiento lleva a la osadía de las cosas grandes; este sentimiento tiene una fuente real, sobrenatural, que la misma naturaleza de algún modo atisba). Y es que Cristo vive en nosotros, continúa haciendo su obra por nuestro actuar, amar, sentir.
Así, para S. Agustín, ¿qué es la virtud? «La virtud es una buena cualidad del alma, por la que el hombre vive rectamente, que nadie usa mal, y que Dios obra en nosotros sin nosotros».
Y ¿qué es la felicidad, el fin moral? "La bienaventuranza es la alegría producida por la verdad". Y esto es la filiación divina: la raíz de la plenitud de la vida nueva que le es dada al hombre, la vida sobrenatural, y la manifestación de la plenitud del propio vivir es la alegría: «Nos habéis creado, Señor, para vos, y nuestro corazón anda dando vueltas sin reposo hasta que descanse en vos». El ciervo herido busca las fuentes de agua (Ps 41, 1), es la condición humana: «corre a las fuentes, desea las fuentes de agua. En Dios tienes una fuente que nunca se agota, y en su luz, la que nunca se oscurece. Desea esta luz y esa fuente, que no conocen los ojos. Viendo esa luz, el ojo interior se prepara, y bebiendo de esa fuente la sed se enardece. Corre a la fuente... pero como ciervo. ¿Qué significa como siervo? Que no haya flojedad ni demora en tu correr: corre sin pereza y con presteza, corre con entusiasmo».
¿Y la contemplación?: «Lo que hay que retener de todas las descripciones de la contemplación, que san Agustín multiplica, es que ella consiste en cierta visión de las cosas divinas: es una inteligencia de lo divino, divina intelligere”. Ahí se ensamblan las virtudes teologales: «Nuestra iluminación es una participación del Verbo». Esta frase sintetiza la doctrina de la iluminación: “en tu luz, Señor, hemos visto la luz”
c) Su festividad 
 Se celebra el 28 de agosto, día de sus traspaso al cielo y en que acudimos especialmente a su intercesión. San Agustín como obispo fue pastor ejemplar por su doctrina, atención a los pobres, dedicación al clero y organización de monasterios; y vio que en la lucha el pastor debía quedarse con las ovejas y correr su suerte, y así lo hizo en el asedio de los godos y las muchas luchas. Como cristiano, fue un gran santo, apasionado buscador de Jesús Camino, Verdad y Vida, y nos ayuda a ir por ese mismo camino que él hizo, a conocer la Verdad que da la Vida, por la que merece la pena vivir. Él buscó por todos lados, y encontró lo que buscaba, y nos ayudará a buscar y nos dará fuerzas para caminar. Y aunque pasen los años y nos cuesten las cosas, o veamos un mundo que va mal, nos dirá con el salmista: “no temas, tu juventud se renovará como al del águila” (81,8), porque es la juventud que da el Amor.
Sobre todo, como decía el obispo amigo Posidio que hizo de biógrafo, en sus escritos “se conoce cuál ha sido por gracia de Dios su mérito y su grandeza en la Iglesia, y en los cuales los fieles siempre lo encuentran vivo”.

3. Qué me dice a mí, qué te puede decir a ti.  
 Lo sentimos como hombre de hoy en sus escritos, no de hace 1600 años, sino como un amigo, vemos la actualidad de la fe, el buscador incansable de Jesús. Por ejemplo, de 325 citas de Padres y Doctores de la Iglesia de los documentos del Vaticano II, hay 55 de S. Agustín con muchas más que los demás; esto es un dato para situar la importancia de su doctrina (19%, una quinta parte, una de cada 5).
Juan Pablo II decía que Agustín nos anima en el mundo de hoy a un punto central, como decía el santo en una carta: “a mí me parece que hay que conducir de nuevo a los hombres… a la esperanza de encontrar la verdad”, que es Cristo mismo, que lo buscamos fuera y lo tenemos dentro, y el Señor rompe nuestra sordera y nos toca el corazón y nos atrae a sí para que estemos con Él. El encuentro con Jesús, lo que de verdad marca nuestra vida, la gran gracia, es uno de los puntos más bonitos y que más ha influido en mí, quizá en todos, y me ha ayudado este santo, al que veo como el rey David, como la parábola del padre misericordioso, nos presenta en su vida ese volver a Dios cada día, sus sucesivas conversiones. Toda su vida buscó la verdad de Cristo, desde que la mamó “en la leche materna”, como nos dice, y en la educación cristiana que le dio su madre, y en las turbulencias de una azarosa juventud, y en la filosofía neoplatónica y las malas experiencias maniqueas, pero sobre todo en las cartas paulinas es donde se revela el Logos y la verdad plena, donde se disipan las tinieblas y se hace la luz, aquellas palabras del “toma, lee” se dirigen a él, le indican lo que debe hacer: “habías convertido a ti mi ser”, conversión primera y decisiva” hacia un Dios que se ha hecho “tocable”, al que se puede rezar. Luego vio que no consistía sólo en rezar la conversión, sino en amar a los demás en su misión de pastor. Y al final de su vida descubrió que sólo Jesús es el protagonista del Sermón de la Montaña y de las Bienaventuranzas, que los demás somos pecadores que necesitan una conversión permanente, con humildad, y acoger la mano que el Señor nos da hasta que nos introduzca en la vida eterna, y mientras rezar lo del Padrenuestro: “perdona nuestras deudas así como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden.”
El hijo pródigo: La parábola del hijo pródigo que disipó pronto la herencia recibida del Padre es emblemática en S. Agustín, pecador que sigue las mismas pisadas. Y entiende por la herencia sobre todo el tesoro de las tres facultades o potencias del alma, con ellas está sellada la imagen de Dios, arroja por la borda tal tesoro al separarse de Dios. Memoria (su identidad, la herencia del Padre) sobre todo es el arca del recuerdo de Dios, que se hace presente en ella, reflejando su rostro divino, queda desvalijada de sus mejores adornos y se hace almacén de innumerables vanidades y baratijas que la distraen de lo principal, pasa de la memoria de Dios a ser olvido de Dios, lleva a la región lejana», para vivir de frutos silvestres y sin sustancia, está menesterosa...
El entendimiento, ojo del alma, oscurecido y sin agudeza, comunicación con las grandes verdades y la fe de Dios donde descansa. «Así como las tinieblas quitan la visión así los pecados oscurecen la mente e impiden ver la luz y verse a sí mismos». Perdida del conocimiento de Dios y de sí, pegado a las cosas del mundo y llena de ídolos, se autodestruye...
Los dominios de la voluntad, ofensa y abandono del Padre pero también agravio a su persona que es el guardar puercos”. Lo acerca a ese estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra, haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de la herencia que reciben los hijos de Dios, reflejada en la parábola.
“Y piensa el hijo en la lejanía para sus adentros: "Diréle a mi Dios esto y aquello; estoy seguro de que hablándole así y llorando de este modo ha de oírme Dios". Y muchas veces le oye aun en estos pensamientos, pues; cuando los tenía, no eran ocultos para Dios. Cuando se disponía a orar, allí estaba aquel en cuya presencia pensaba ponerse a orar (...); ¡cuán vecino está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón; así lo tienes escrito: El Señor está junto a los atribulados de corazón. Había, pues, éste atribulado su corazón en el país de la miseria, volvió a su corazón para triturarle- soberbio, había dejado su corazón; airado, había vuelto a él. Airóse contra sí mismo para castigar su propio mal, volvió para merecer bien de su padre. He dicho airado en el sentido que se dice: Airaos y no queráis pecar. Todo penitente se aíra contra sí mismo, y porque se aíra se castiga. De ahí nacen todos los movimientos propios del verdadero penitente, cuando es sincero su dolor: mesarse los cabellos, ceñirse cilicios, golpearse los pechos. Cierto, es todo ello indicio de nombre airado contra sí mismo y contra sí enojadísimo. Lo que hacen exteriormente las manos, hácelo por dentro la conciencia; allá en sus pensamientos se golpea, se hiere, o para mejor decir, se mata. Y matándose ofrece a Dios el sacrificio de su contribulado espíritu, porque Dios no desprecia el corazón contrito y humillado. Por donde el hijo, pisando, desmenuzando su corazón, humillándole, hiriéndole, mató su corazón».
Sigue S. Agustín con una bella interpretación del abrazo del Padre al hijo pródigo: «Aunque todavía estaba él discurriendo qué le dirá a su padre y pensando para sí: me levantaré e iré y le diré, conociéndole su padre los pensamientos desde lejos, salióle al encuentro. ¿Qué significa salirle al encuentro, sino anticipársele por su misericordia? Y ¿qué le movió a misericordia? El estar ya el hijo consumido de la miseria. Corrió a su encuentro y echóle los brazos al cuello, es decir, puso los brazos en el cuello del hijo (...). Está el hijo de pie, su padre apoyado en él: mas apoyándose en él, no le dejaba tornar a caer».
«Manda, pues, el padre le den el mejor vestido. Habíale perdido Adán pecando. Habiendo ya recibido al hijo en paz, habiéndole ya besado, manda le den el mejor vestido, la esperanza de la inmortalidad en el bautismo. Manda le den el anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para sus pies, el evangelio de la paz, para que fuesen hermosos los pies de los anunciadores del bien. Esto lo hizo Dios por medio de sus siervos, o sea, de los ministros de la Iglesia. ¿Por ventura es la estola, el anillo y aun el calzado cosa de ellos? Se deben a su ministerio, cumplen su deber. Quien da es aquel de cuya despensa y tesoros se toman estas cosas. También mandó se matase un toro cebón, o digamos, que fuese admitido a la sagrada mesa, donde Cristo muerto es el alimento. Y es matado el toro cebón, por haber sido hallado el perdido; y mátase para cada uno...» etc.
Una característica esencial de la filiación es la libertad, sentirse en casa dondequiera que uno esté. Es la persona que no aspira a nada aparte de Dios, sólo Él (pobreza de espíritu), en libertad de corazón, según el espíritu de las bienaventuranzas. Vivir en la paz, “tranquilidad en el orden”, disposición de las cosas hacia un fin, va unida a la esperanza, pues según s. Pablo tendrá la filiación su sentido pleno cuando el cuerpo sea pleno a imagen de Cristo.
Así, con ese amor joven, se dirige a los jóvenes, a quienes Agustín amó mucho como profesor antes de su conversión y como Pastor, les recuerda su gran trinomio: verdad, amor, libertad; tres bienes supremos que se dan juntos. Y les invita a amar la belleza, él que fue un gran enamorado de ella. No sólo la belleza de los cuerpos, que podría hacer olvidar la del espíritu, ni sólo la belleza del arte, sino la belleza interior de la virtud, y sobre todo la belleza eterna de Dios, de la que provienen la belleza de los cuerpos, del arte y de la virtud. De Dios, que es "la belleza de toda belleza", "fundamento, principio y ordenador del bien y de la belleza de todos los seres que son buenos y bellos". Agustín, recordando los años anteriores a su conversión, se lamenta amargamente de haber amado tarde esta "belleza tan antigua y tan nueva", y quiere que los jóvenes no le sigan en esto, sino que, amándola siempre y por encima de todo, conserven perpetuamente en ella el esplendor interior de su juventud. [Recordando sus años mozos, gozando ya de la Belleza de la Verdad, enamorado de Jesucristo, escribía:  “Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, ¡tarde te amé! Estabas dentro de mí, y yo te buscaba por fuera... Me lanzaba como una bestia sobre las cosas hermosas que habías creado. Estabas a mi lado, pero yo estaba muy lejos de Ti. Esas cosas... me tenían esclavizado. Me llamabas, me gritabas, y al fin, venciste mi sordera. Brillaste ante mí y me liberaste de mi ceguera... Aspiré tu perfume y te deseé. Te gusté, te comí, te bebí. Me tocaste y me abrasé en tu paz”.
Pudo decirle a Dios, su Padre, al encontrarle de nuevo, con la alegría del hijo que vuelve a casa tras largos años de ausencia, y desde el fondo de su alma, una de sus expresiones más conocidas: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.]    
 Llucià Pou Sabaté